Los hijos que nunca tendremos
se meten arena en la boca
del jardín del que un día me hablaste.
Las hojas del limonero del sueño
ya no perfumarán tus partituras y mis libros
ni mis dibujos ni tus logros.
Los hijos que nunca tendremos
se aferran fantasmas a mi falda,
llenan mis oídos de sus llantos
que al no existir, son los míos.
Tiran del hilo de una vida juntos
y lo destrozan jugando.
Los hijos que nunca tendremos
no visitarán a su padre al hospital
ni a su madre al cementerio.
No verán canear nuestro amor vivo,
ni soñarán a los veinte años
con ponerle un nombre raro a nuestros nietos.
Los hijos que nunca tendremos
visitan los lugares donde fuimos felices,
que ahora voy llenando con otros recuerdos
más inofensivos y menos asesinos.
Se van sin sufrir por el desagüe
de todas las duchas en que no nos besamos.
Los hijos que nunca tendremos
me duelen en el vientre y en la garganta.
Me duelen en tus ojos
incapaces de ver el presente y llamarlo futuro.
Me escuecen en tus oídos
capaces de escuchar mi voz e ignorarla con canciones.
Los hijos que nunca tendremos
se ríen ante mí y ante ti se esconden,
burlándose del pájaro que creyó
que no rendirse deviene en victoria.
Ocultándose de aquel que tuvo miedo
y tiempo después decisión y luego vergüenza.
Los hijos que nunca tendremos
son rollizos y hermosos,
tienen tu pelo y mis ojos.
Han sido devorados por Cronos,
incluso antes de ser una idea en el mundo,
para no conocer a los padres que nunca seremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario