viernes, 14 de julio de 2017

Los hijos que nunca tendremos.

Los hijos que nunca tendremos
se meten arena en la boca
del jardín del que un día me hablaste.
Las hojas del limonero del sueño
ya no perfumarán tus partituras y mis libros
ni mis dibujos ni tus logros.

Los hijos que nunca tendremos
se aferran fantasmas a mi falda,
llenan mis oídos de sus llantos
que al no existir, son los míos.
Tiran del hilo de una vida juntos
y lo destrozan jugando.

Los hijos que nunca tendremos
no visitarán a su padre al hospital
ni a su madre al cementerio.
No verán canear nuestro amor vivo,
ni soñarán a los veinte años
con ponerle un nombre raro a nuestros nietos.

Los hijos que nunca tendremos
visitan los lugares donde fuimos felices,
que ahora voy llenando con otros recuerdos
más inofensivos y menos asesinos.
Se van sin sufrir por el desagüe
de todas las duchas en que no nos besamos.

Los hijos que nunca tendremos
me duelen en el vientre y en la garganta.
Me duelen en tus ojos
incapaces de ver el presente y llamarlo futuro.
Me escuecen en tus oídos
capaces de escuchar mi voz e ignorarla con canciones.

Los hijos que nunca tendremos
se ríen ante mí y ante ti se esconden,
burlándose del pájaro que creyó
que no rendirse deviene en victoria.
Ocultándose de aquel que tuvo miedo
y tiempo después decisión y luego vergüenza.

Los hijos que nunca tendremos
son rollizos y hermosos,
tienen tu pelo y mis ojos.
Han sido devorados por Cronos,
incluso antes de ser una idea en el mundo,
para no conocer a los padres que nunca seremos.

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