domingo, 28 de septiembre de 2014

12:44. No ha sido un buen día.

El otro día el hombre de mi lado en el autobús llevaba una carta con un Perdóname como destinatario. No sé si era su nombre, o quizá el de otro alguien que ha descubierto que está mejor solo que mal acompañado porque al menos así no se siente el doble de solo. Yo pensé que ojalá fuera una carta para él y estuviera yendo a recoger el amor para sacarlo a bailar.

Otro día, tal vez un par después, vi a un chico enamorado de un edificio. Y de una chica a la que enseñaba ese edificio. Ellos no lo saben pero yo sí. Veinticinco años e iban corriendo mientras se reían. Creo que sería muy sencillo enamorarse de un edificio si eso fuera tan fácil como sentarse a mirar sin esperar nada a cambio. Ojalá las personas fueran edificios y yo pudiera comprenderlas. Ojalá no hubiera personas y no importaría que no hubiera edificios.

Hoy tengo fiebre y me he cortado el pelo. No por ese orden. O sí. La fiebre ha estado siempre y habíamos confundido los síntomas con locura. La fiebre es pena y decepción y mocos y calor. La fiebre es confusión. La fiebre parecen lágrimas pero son unas tijeras y el pistoletazo de salida. Unas tijeras de inauguración de este edificio gris que es un muro en medio del campo para que nadie lo mire demasiado y sobre todo no intenten saltarlo porque es innecesario. Unas tijeras de pelo cayendo, de gente cayendo, de mandíbulas caídas por la sorpresa cuándo por un momento pensaste equivocarte y creíste en algo. Menos mal que siempre nos queda barrer los escombros y volver como cada invierno a la manta morada color todo allá fuera es mentira, lo de dentro también pero creételo para sobrevivir.


Y al final, todos entran y salen de cualquier manera, de muchas formas, y solo la fiebre permanece hasta que gana.